
Era domingo. Un mañana fría y una brisa helada. Cielo despejado.
El jugador se dirigía a su cita. Calles casi vacías.
Llega al local quince minutos antes del duelo. “¿Quien será mi rival?”, piensa.
Con tranquilidad pasmosa, recorre con la vista todos los rincones de la sala. Pósters, avisos, mesas y tableros, futuro escenario de una guerra sin cuartel. Los ejércitos están preparados. Había treinta y dos tableros, treinta y dos batallas por dirimir. En una de ellas él sería el general.
Nueve treinta, a sus puestos. Saluda al enemigo y el reloj empieza su cuenta. Atrás, adelante. Atrás, adelante. Pero siempre atrás.
Las huestes de los dos ejércitos comienzan a tomar posiciones. Un cierto temblor se apodera del jugador. “Que raro. No estoy nervioso, pero tiemblo”. La batalla continua, no hay ventajas entre los ejércitos, quizás alguna posicional.”Esta pequeña ventaja debería serenar mi temblor, pero éste aumenta. ¿Porqué me cuesta respirar?”. El jugador se levanta varias veces, pasea, va al lavabo, se refugia en un botellín de agua. El temblor continua, aprieta fuertemente el bolígrafo y anota la jugada. “El tiempo esta igualado, la posición es mía, ahora atacaré. Todo va bien, menos mis temblores”. Chocan los ejércitos, caen unas piezas, se recolocan otras.”Bien. Se ha equivocado. Debo ganar. Mierda de temblor”.
Por fin, bandera blanca, el rival se rinde. Se acabó la batalla, terminaron los temblores. La respiración se vuelve mas pausada. Todo vuelve a la normalidad. En otras mesas sigue la lucha. El jugador observa otras batallas pero su mente no las ve.
Es hora de marchar. Esta tranquilo, algo agotado, pero tranquilo. Ya esta pensando en la próxima contienda, ya esta pensado en el próximo domingo y su partida de ajedrez.
El jugador se dirigía a su cita. Calles casi vacías.
Llega al local quince minutos antes del duelo. “¿Quien será mi rival?”, piensa.
Con tranquilidad pasmosa, recorre con la vista todos los rincones de la sala. Pósters, avisos, mesas y tableros, futuro escenario de una guerra sin cuartel. Los ejércitos están preparados. Había treinta y dos tableros, treinta y dos batallas por dirimir. En una de ellas él sería el general.
Nueve treinta, a sus puestos. Saluda al enemigo y el reloj empieza su cuenta. Atrás, adelante. Atrás, adelante. Pero siempre atrás.
Las huestes de los dos ejércitos comienzan a tomar posiciones. Un cierto temblor se apodera del jugador. “Que raro. No estoy nervioso, pero tiemblo”. La batalla continua, no hay ventajas entre los ejércitos, quizás alguna posicional.”Esta pequeña ventaja debería serenar mi temblor, pero éste aumenta. ¿Porqué me cuesta respirar?”. El jugador se levanta varias veces, pasea, va al lavabo, se refugia en un botellín de agua. El temblor continua, aprieta fuertemente el bolígrafo y anota la jugada. “El tiempo esta igualado, la posición es mía, ahora atacaré. Todo va bien, menos mis temblores”. Chocan los ejércitos, caen unas piezas, se recolocan otras.”Bien. Se ha equivocado. Debo ganar. Mierda de temblor”.
Por fin, bandera blanca, el rival se rinde. Se acabó la batalla, terminaron los temblores. La respiración se vuelve mas pausada. Todo vuelve a la normalidad. En otras mesas sigue la lucha. El jugador observa otras batallas pero su mente no las ve.
Es hora de marchar. Esta tranquilo, algo agotado, pero tranquilo. Ya esta pensando en la próxima contienda, ya esta pensado en el próximo domingo y su partida de ajedrez.
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